El clivaje en la
En ciencias sociales se llama clivaje a aquella división, por decirlo así, a cuyos lados se organizan las tendencias políticas. Solemos creer que las tendencias políticas se agrupan en torno a ideas o ideologías. Pero ello no es siempre así puesto que el clivaje -lo que permite separar aguas en el electorado- puede asumir múltiples formas.
Detectar el clivaje (o lograr imponer uno en la esfera pública) puede ser clave para la lucha política y electoral.
Veamos.
Habitualmente las divisiones al interior del sistema político se atribuían a factores sociológicos, como la división en clases sociales. Así, solía decirse, la izquierda tenía sus votantes en la clase popular y la derecha en la más acomodada. Y es probable que eso fuera cierto hasta principios de los setenta. Participar de la lucha política exigía en esos años apelar a los intereses de clase. Más tarde, hacia fines de la dictadura, la línea divisoria de las tendencias políticas fue la oposición entre el autoritarismo y la democracia. Este último clivaje persistió hasta el segundo gobierno de Bachelet. Allí se enfatizaba el recuerdo de la dictadura y en cambio la necesidad de la democracia.
Sin embargo, parece obvio que hoy el clivaje no es ninguno de los anteriores.
Las tendencias políticas o las preferencias no parecen depender hoy ni de la posición de clase, ni de la distinción entre el autoritarismo y la democracia, como ocurrió durante la transición.
¿Cuál es el clivaje hoy? ¿Cuál es la línea a cuyos lados habría que ordenar las tendencias políticas?
La derecha más liberal (digamos, la derecha que representa Sebastián Sichel y antes de él Briones) intentó instalar en el electorado la distinción entre el populismo, por una parte, y el no populismo por la otra. El populismo equivaldría a una oferta de resolución fácil de los problemas que en el mediano plazo acarrearía miseria, en tanto el no populismo sería la administración racional y ordenada de los problemas públicos. Para este intento de ordenar el debate, Boric, Kast y Provoste, serían populistas, en tanto Sichel no. La izquierda, por su parte, abogó por presentar el panorama político como una disputa entre los intereses populares (representados por Boric) y los de una élite abusadora (representados, en este discurso, por la derecha).
Sin embargo, esos intentos de ordenar el cuadro político no parecen haber tenido un éxito firme. Menos todavía después del aniversario del 18 de octubre, de las vacilaciones de los candidatos frente a los delitos cometidos en la protesta, de los incidentes y crímenes en la Araucanía y del aumento de la inseguridad. Como consecuencia de todos esos acontecimientos principió a expandirse en la ciudadanía una sensación de inseguridad. Entonces las preferencias comenzaron a estar divididas por la línea que separa el orden del desorden.
Ese fue el momento de J. A. Kast.
El discurso de Kast -simple, apelativo, invocando valores básicos como la seguridad, el orden en los barrios, la necesidad de hacer cumplir la ley, etcétera- lo separó del resto de los candidatos y estableció una línea que, correcta o no, permitió organizar con claridad las preferencias. La distinción entre el orden y el desorden posee una simpleza atractiva cuando la inseguridad y la percepción de desorden cunde.
Y es probable que eso explique el alza repentina que, según hasta hace algunos días decían las encuestas, experimentó J. A. Kast.
¿Persistirá esa ventaja luego de su pobre desempeño en el debate, donde tropezó incluso con su propio programa?
Si algo enseña esto del clivaje es que las elecciones no dependen de un programa de televisión, ni de un debate. Las preferencias políticas se ordenan, en conformidad a este análisis, de otra forma, en base a otros factores. Y si estos factores persisten un mal desempeño en un debate no logra que las preferencias cambien de manera significativa.
presidencial
Carlos Peña