Carta al Viejito
Querido Viejito, es primera vez que te escribo, pero tengo la sospecha de que sí existes y de que mi petición tiene la esperanza de transformarse en un regalo.
Lo primero que debo contarte, es que me he portado muy bien. Cuando dijeron que no había que salir durante el confinamiento, hice caso. Y aunque enloquecí por un breve periodo, producto de mi obediencia incondicional, aporté para evitar la ola expansiva de contagios y, junto con ello, soporté estoicamente los síntomas horrorosos de la segunda y tercera dosis de la Pfizer. Así también, compré lo que más pude a las y los emprendedores locales haciendo uso del delivery. Finalmente, quiero decirte que fui una heroína de paciencia y autocontrol, acompañando a mi hija de tres años, en sus clases online; en horarios en lo que ella solo quería jugar, comer, pintar mi pantalla del computador con témpera, o todas las anteriores. Durante esa larga espera para volver a salir a la ciudad y reencontrarme con mis amigos y mi familia, gesté a Victoria, una niñita que pronto cumplirá cuatro meses y que hoy se ha vuelto mi compañera de andanzas en la nueva normalidad presencial. Con ella, asisto frecuentemente a reuniones de trabajo de la más diversa índole. Escucho, intervengo, amamanto, expongo, debato, cambio un pañal, escribo, me paseo con ella para entretenerla, sigo escuchando. Me despido y regreso a casa. Pero esta fluida cadena de eslabones, no es un mérito personal que pueda arrogar, exclusivamente, a mi individualidad. Sino que es también, el resultado de un ambiente social propicio. De personas que no se incomodan con la presencia de un bebé en una mesa de trabajo o de una madre amamantando en ella. Pero, por sobre todo, de un entorno que no minimiza las capacidades ejecutivas, creativas o intelectuales, de una mujer que, simultáneamente al ejercicio de su trabajo, está criando.
Cuando vemos a una madre trabajando en los campos de quinoa con su hijo en la espalda, o vendiendo verduras, mientras mece el coche de su hija, no nos extrañamos. Pero sí resulta curioso que una mujer dirija una junta, con su bebé en brazos. Y es porque hemos instalado a la crianza en el mundo de lo doméstico; y a la maternidad, como una vivencia reñida con los espacios de poder y la inteligencia. Por eso, querido Viejito, para esta Navidad quiero pedirte que las buenas experiencias que he tenido, trabajando públicamente junto a mi Victoria, se repliquen para todas las madres que así lo quieran y decidan. Que haya tantas Izkias y Jacindas como pueda haber, cambiando el curso de la historia, mientras crían. Porque ya sea arriba de un bus, en la ONU o en la plaza, maternar es un acto político con el potencial, y cito a Adrienne Rich, de crear vidas y "las reflexiones y los sueños necesarios para cambiar la existencia humana".
Post data: sería genial que las salas de conferencias y reuniones tuvieran baños con mudador.
"Maternar es un acto político con el potencial (...) de crear vidas 'y las reflexiones y los sueños' necesarios".
Gissel Godoy,, arquitecta MBA