Dimensiones
Si bien la existencia de dos trayectorias en una misma vida es habitual en la historia de las ideas (es cosa de recordar a Wittgenstein quien escribió un libro con el que cambió la filosofía a comienzos del siglo XX, pero dejó otro póstumo donde declaraba que el autor de ese primer libro se había equivocado) ello, a pesar de las apariencias, no ocurre en la política.
Para saber por qué hay que atender a las dimensiones que constituyen al político.
Hay, en el político, desde luego, una dimensión relativa a su personalidad. En el caso del presidente Boric se trata del carisma, esa particular condición que, según Max Weber, permitía caracterizar uno de los mecanismos mediante el cual la voluntad del político logra imponerse. Boric es un político carismático, que, en eso, se parece más a Bachelet que a Lagos. Tiene la rara capacidad de empatizar con las audiencias y establecer con ellas eso que los teóricos de la comunicación (Thompson entre ellos) han llamado "intimidad a distancia".
Junto a la anterior, el político de veras (como cosa distinta del oportunista, o el ganapán, que también los hay) tiene convicciones de largo plazo, abriga una cierta idea acerca de lo que pudiéramos llamar el horizonte histórico que lo inspira. En el caso del presidente electo ese horizonte histórico se compone de una cierta imagen acerca del mejor de los mundos posibles a cuya consecución su quehacer tiende. Y ese mundo (¿será necesario subrayarlo?) no es el capitalismo en ninguna de sus versiones.
Y, en fin, existe una tercera dimensión del político que es su sentido de realidad. El político de veras (es decir, el político que aspira a modificar la realidad y no que no solo predica cómo debe ser ella, en cuyo caso se confundiría con el religioso) sabe, o sospecha, o intuye, o se entera en algún momento, que su quehacer se desenvolverá en un entorno de restricciones constituido por la inevitable escasez y por la voluntad ajena, especialmente la voluntad de aquellos que se le oponen. Desde este punto de vista, cualquier político sabe aquello que, con la sencilla elocuencia que lo caracterizaba, solía decir el presidente Aylwin: se hace lo que se puede dentro de lo que se quiere o, para citar su frase mil veces malentendida, incluso por el propio Boric, se debe hacer justicia, pero "en la medida de lo posible".
Pues bien, una vez que hemos identificado las tres dimensiones del político, podemos volver ahora sobre la pregunta inicial ¿Hay dos Boric, uno de la primera vuelta y otro de la segunda, uno radical y otro reformista?
Al considerar esas preguntas a la luz de las dimensiones que lo constituyen, la respuesta es obvia. Por supuesto que no. Lo que ocurre es que en el político conviven, dentro suyo, esas tres dimensiones y el talento del político consiste en saber cuándo enfatizar una de ellas y cuándo la otra.
No hay pues dos Boric, hay solo uno. Lo que ocurrió en la segunda vuelta es que él (o quienes lo asesoran) acentuaron su carisma y le sugirieron reconocer lo obvio (que en política democrática, como lo recuerda la tercera dimensión antes vista, se da un paso a la vez). Pero nada de eso significa (para bien o para mal, ya se sabrá) que haya renunciado a las convicciones de largo plazo, al horizonte que lo inspira y en el que cree.
No comprender lo anterior es confundir (una confusión en la que se incurre una y otra vez) la política con las políticas públicas, al político con el policy maker, las convicciones ideológicas con las cifras y razonamientos que se incluyen en los papers.
de Boric
Carlos Peña