El molino
¿Qué puede explicar el incendio intencional de ese molino (tenía más de un siglo) y la agresión a balazos de quienes lo sostenían? ¿Qué significación oculta (más allá de su significado criminal) posee?
Bien mirado, el fenómeno no es muy distinto al que se ha verificado en otras zonas en que se ha atacado, a veces hasta destruirlas, a estatuas o iglesias u otros testimonios físicos del acontecer y de la historia.
Lo que todos esos hechos tienen en común es que son vestigios del pasado y por eso el atentado contra ellos, el desprecio que se revela en esos actos, posee una particular significación.
La literatura (entre ellos Frederic Jameson, quien es cualquier cosa menos sospechoso de conservadurismo) ha observado que en muchos de estos actos se revela una ruptura en la cadena de la temporalidad. El tiempo es como una cadena de significantes en que el ayer está atado al hoy y este, por su parte, al futuro, como si fuera un conjunto de eslabones que sostiene la memoria y el recuerdo. El desprecio de los vestigios y monumentos del pasado acusa una ruptura en esa cadena de la temporalidad y ello tiene dos significaciones que en este tipo de actos o atentados es posible advertir: en uno de ellos revela un presente detenido en el que el pasado no se reconoce o simplemente se rechaza; en el otro, se revela el esfuerzo por borrar el tiempo hasta reconstruir un tiempo arcaico que habría sido ocultado por la historia.
Es probable que la primera hipótesis -un presente detenido- se verifique en Santiago y otras ciudades en que ha habido destrucciones o maltratos de monumentos y de estatuas, a las que se afea, se ensucia o simplemente se destruye. Quienes ejecutan esos actos (quienes ensucian con esmero casi profesional estatuas, calles, parques) suelen ser personas que viven encerrados por decirlo así en el presente (nómades del presente los llama un autor). El presente se libera de cualquier significación y entonces se vuelve intenso y se asemeja -expresa el mismo Jameson- "a la experiencia alucinadora de la euforia".
Pero como es obvio, o casi, el caso del molino Grollmus es otro muy distinto. Las personas que a sangre y fuego (no es un decir) lo redujeron a cenizas lo hicieron porque ello representaba simbólicamente la restitución de un momento arcaico enterrado por la aparición de este signo de modernidad (hace cien años este molino lo era). Al destruir el molino (y de paso casi asesinar a esa familia de descendientes de inmigrantes cuyos antepasados lo erigieron) se ejecuta una metáfora de lo que piensan o creen estos grupos violentos que desafían al estado y siembran el terror: que es posible sacudir la modernidad para que asome, por debajo de ella, un momento prístino del que creen haber sido expulsados. Esa utopía arcaica que los alienta es, como todas las utopías, un imposible. Podrán esos grupos destruir todos los vestigios de la primera modernidad; pero debajo de ello no asomará una cultura impoluta y original. En cambio, seguirá habiendo una cultura indígena que ha experimentado largos procesos de mezcla y sincretismo que, al mirar ese paisaje sin ese viejo molino, sentirá más o menos lo mismo que todos: que al destruirlo se ejecutó un acto bárbaro e insensato del que no se obtiene nada más que dolor de la familia (uno de cuyos y miembros deberá ser amputado) y un paisaje desolado porque ya no estará el molino en cuyo derredor se organizaba el espacio.
Grollmus
Carlos Peña