¿Qué queda del Frente Amplio?
En política hay dos maneras de existir: o se tiene control de una parte del estado o se tiene influencia ideológica en él. Y ocurre que en estos días el Frente Amplio se ha debilitado en esos dos sentidos.
Desde luego, y en lo que atinge a la posesión del estado, a la presencia en el aparato del estado o, si se prefiere, a su control, no cabe duda de que el Frente Amplio y sus afines han retrocedido de una manera abrupta (y a juzgar por las escenas de este martes, el incidente ha tenido para ellos un leve patetismo). La entrada de Carolina Tohá y de Ana Lya Uriarte al control del aparato estatal (no otra cosa son el Ministerio del Interior y la Secretaría de la Presidencia) es la entrada de aquella porción de la izquierda sobre cuya derogación simbólica y discursiva el Frente Amplio, y el presidente Boric, construyeron su poder. La entrada al gabinete de ambas es una muestra flagrante de que ese discurso derogatorio duró poco y -afortunadamente- no resultó más que un alarde.
Pero si el Frente Amplio ha retrocedido en el control directo del estado, o de la parte fundamental del estado (esa donde toda su dimensión simbólica se concentra), algo similar ha ocurrido con sus ideas, con la manera que tienen, o tenían, de concebir al Chile contemporáneo.
Los cambios sociales de las tres últimas décadas -expansión del consumo, individuación, aparición de grupos medios hasta anteayer proletarios- son más profundos de lo que aparentaban. La imagen de la sociedad chilena que promovió el Frente Amplio, según la cual ella está compuesta por una élite cicatera y neoliberal que domina a un pueblo abusado, necesitado de redención, no se condice con la realidad. Es probable que buena parte de los fenómenos que asomaron con violencia hace tres años, en octubre del diecinueve, tengan causas más complejas que el simple reclamo por la reivindicación social o de clase. Esa imagen que proclamó el Frente Amplio -que confundió la queja moral con el diagnóstico sociológico y político- banalizó el debate y lo polarizó más allá de lo que la política demanda. Hoy, luego del triunfo del Rechazo, será imprescindible elaborar políticas públicas, en materia de pensiones y de salud, alejadas de ese simplismo. Y el desafío del gobierno será evitar que la exageración del exministro Jackson -si no cambia la constitución el programa es inviable, dijo- se convierta en una profecía autocumplida.
A esos dos rasgos que presenta hoy el Frente Amplio -debilitamiento de su presencia en el estado y pérdida de influencia efectiva de sus ideas- se suman otros dos que vale la pena subrayar.
Uno es la cuestión generacional. Tohá y Uriarte pertenecen a lo que podría llamarse "la generación perdida" de la transición, esa generación que los cuadros más viejos de la centroizquierda mantuvieron siempre en segunda o tercera fila, la generación que hace diez años debió haber sido el relevo en la élite dominante de la izquierda. El reciente cambio de gabinete es la oportunidad para que esa generación, hasta ayer perdida, junto a la análoga de la derecha, retome el protagonismo y conduzca de una vez por todas la política en Chile.
Otra es el leve patetismo que tuvo el cambio de gabinete. Ese rasgo mostró que los equipos gubernamentales no eran propiamente una asociación instrumental, fría y racional, sino un conjunto de personas unidas más por la amistad y el entusiasmo que por las ideas o la racionalidad. Ese era el secreto de su atractivo, sin duda; pero también ha sido la razón de su fracaso. Si hay un ámbito en el estado moderno que requiere la más fría racionalidad instrumental en su manejo, ese es el estado.
Con esto no acabó, desde luego, el Frente Amplio; pero es de esperar se haya curado de ese síndrome que a su edad ya no les viene: la creencia de que han descubierto por primera vez cosas y aspectos de la realidad que quienes les antecedieron no habría sido capaces de ver.
Carlos Peña