Un Presidente
Una de las declaraciones que con mayor frecuencia ejecuta el Presidente Gabriel Boric es la de humildad. Frente a cualquier tropiezo, error, tontería o exabrupto, rápidamente reacciona declarando que está dispuesto, con humildad desde luego, a aprender de sus errores.
El gesto de humildad, o más bien la declaración de humildad, ha sido repetida innumerables veces. Cuando agitó la camiseta con el rostro agujereado de Jaime Guzmán; cuando acusó de un crimen a un policía que resultó estaba actuando en legítima defensa; cuando se le ha representado un tuit inconveniente o apresurado o absurdo, y hay muchos; cuando se le recuerdan sus opiniones sobre los gobiernos de la Concertación; etcétera, se apresura a juntar las manos en gesto de oración o de solicitud de perdón, y declara acto seguido que reconoce, desde luego con humildad, que estaba equivocado y que, con humildad, agradece la oportunidad de aprender.
Lo mismo ha ocurrido en la Asamblea general de las Naciones Unidas. De nuevo allí ha declarado que acepta los resultados del plebiscito -era qué no- con humildad. Vale la pena recordar esa parte del discurso:
"El resultado del Plebiscito nos ha enseñado a ser más humildes. La democracia debe ser humilde, y asumir que la construcción del Chile que soñamos no está en las recetas de ningún sector particular, sino en la síntesis que podamos hacer -concluyó- combinando lo mejor que cada uno pueda aportar"
Cualquier persona medianamente imparcial o sensata habría esperado que un político democrático supiera de antemano -antes del triunfo o la derrota- que ningún sector particular tiene la receta o el secreto para construir la sociedad común, sino que ello resulta del diálogo entre todos. Saber eso de antemano evita al político muchas tonterías, exabruptos, gestos exagerados e innecesarios; pero he aquí que el Presidente Boric ha necesitado que dos tercios del electorado rechacen la propuesta constitucional para que él advirtiera -con humildad, claro- esa verdad sencilla que está a la base de la democracia.
Pero la humildad no equivale -en el ideario moral del Presidente- a reconocer derrotas. Usted puede haber sostenido una opinión que una mayoría flagrante rechaza; pero ello, por muy humilde que usted sea, no lo conduce a reconocer que fue derrotado. Es lo que dijo el presidente:
…con toda humildad quiero hoy día decirles a estas Naciones Unidas que nunca un gobierno puede sentirse derrotado cuando el pueblo se pronuncia…
Ahí tiene usted la parte central del ideario del Presidente. Humildad y, al mismo tiempo, inmunidad frente a la derrota.
¿Cómo explicar eso? ¿Cómo entender esa extraña mezcla de humildad reiterada e incapacidad igualmente reiterada de reconocer una derrota flagrante?
Ese tipo de actitud la detectó Nietzsche en la religión y la llamó inversión de los valores. Y si ya en materia religiosa esa actitud puede ser objeto de crítica, lo es más todavía en política donde la humildad no basta para corregir los errores o consolarse de los fracasos, porque en esta materia los errores y los fracasos afectan no solo a quien se apresura a hacer declaraciones de humildad sino a todos, incluso a quienes no tenían arte ni parte. Si lo que el político hace o dice lo afectara solo a él, nada tendría de malo que concibiera su quehacer como un ejercicio cotidiano de ensayo y error, seguido de reiterados gestos de humildad o penitencia; pero lo que el político hace afecta o dice no solo a él mismo sino a todos y por eso no es razonable aceptar que ensaye lo que cree, o lo que decide, a costa de los demás; aunque cuando yerre esté dispuesto a pedir una y otra vez, y con sincera humildad, disculpas.