Simple propaganda
El gobierno ha lanzado un programa en Youtube en el que ministros y otras autoridades conversan entre sí acerca de los desafíos que enfrentan y los logros que obtienen. Se trata de un medio de comunicación gubernamental destinado a vocear o transmitir lo que el gobierno juzga es urgente que la ciudadanía conozca.
¿Qué significado para la esfera pública posee ese nuevo medio?
Para saberlo hay que dar un breve rodeo.
Los medios, especialmente la prensa, nacieron para inquirir acerca de quienes tienen el poder, murmurar o ironizar acerca de ellos y raciocinar acerca de las medidas que adoptan. Habermas, en su famosa tesis de habilitación -Historia y crítica de la opinión pública, 1961- sugiere que ello ocurrió cuando entre el estado y el mercado surgió un ámbito donde los ciudadanos se reunían para conversar acerca del curso que poseía la vida en común. Ese ámbito, el origen del actual espacio público, apareció junto a los cafés y la prensa escrita la que, en sus comienzos, se preocupaba, con igual empeño, de analizar lo que el soberano decía o hacía, y de las intimidades de su vida que se filtraban. La prensa nació así como una rara mezcla de instrumento de crítica racional y de revancha de los ciudadanos comunes y corrientes que gracias a ella podían murmurar, rumorear y comentar los escándalos, casi siempre sexuales o sentimentales, de las autoridades (sobre esto vale le pena dar un vistazo a Political Scandal, 2000, de Thompson). Por supuesto siempre hubo prensa oficial encargada de ensalzar la figura de la autoridad y aplaudir sus medidas; pero lo que siempre tuvo mayor popularidad y fue de veras precursora de la prensa como hoy la conocemos, fueron los pasquines y los panfletos donde a la par se informaba de lo que el poder decía y se echaban a correr rumores sobre él o se ponían a circular motes.
En Francia, por ejemplo, Luis XIV era descrito por la prensa oficial como un "héroe de guerra"; pero los panfletos periódicos se encargaban de desmentirlo diciendo que "huía de las guerras; aunque corría tras las muchachas". Y en la Inglaterra del siglo XVII se desató una verdadera guerra de papeles periódicos a los que siempre se intentó suprimir; pero sus editores se las arreglaban para burlar la censura.
Desde entonces hasta ahora el papel de la prensa no ha sido amplificar la voz de la autoridad sino poner al alcance de los ciudadanos lo que esta última hace o dice a fin que ellos puedan formarse su propio juicio acerca del quehacer gubernamental. Por eso, bien mirado, un medio gubernamental (que no es lo mismo que uno público o uno estatal) es un oxímoron, algo así como "hierro de madera", una contradicción en los términos. Y es que el gobierno en sus comunicaciones no está provisto del ánimo periodístico que consiste en ver debajo del agua y sospechar permanentemente de lo que la autoridad dice, sino que, por el contrario, su ánimo es el de amplificar, vocear y promover lo que la autoridad hace y expandir la justificación que ella imagina para su propio quehacer.
Esa transmisión de las opiniones del gobierno acerca de si mismo puede ser algo payasesca (como lo fue el Aló presidente de Chávez) o un poco más circunspecta como el recientemente inaugurado (en que los ministros o ministras dialogan entre sí acerca de lo que hacen o se proponen hacer ¡vaya desafío!); pero ambos tienen algo en común: no están interesados en informar al ciudadano, sino en persuadirlo; no quieren criticar sino encomiar; no tienen por objeto relativizar la opinión que el gobierno tiene acerca de sí mismo, sino fortalecerla.
Y eso (persuadir a la audiencia de sus virtudes reales o imaginadas) no se llama periodismo o información sino simple propaganda.
Carlos Peña