Optemos por la humanidad
Es tiempo de repulsa y es tiempo de mesura, de paz. Es necesario detenernos ante el horror. Es tiempo de reflexión, de diálogo, no de estimular acciones opresivas de ningún lado. ¿Cómo no ha de ser posible dialogar, cómo no ha de ser posible hacer gestos de humanidad? Sí, gestos de humanidad, de control, de sosiego, de respeto, de paz.
Respeto por la vida, la de todos, de uno y de otro lado. Amar la vida, la propia vida ya es un gesto de humanidad, y si la queremos para nosotros, la debemos querer en el otro, en el prójimo. Cuando se usa la palabra prójimo, no pocas veces queda la impresión de que el prójimo es alguien lejano, ajeno a nosotros, diferente a nosotros, muy distante físicamente, incluso.
Dejar de lado la ira, el enojo, el rencor, la enemistad, la desconfianza, el odio, las diferencias, es ur-gen-te. Apremia superar tanto mal y procurar acercar las diferencias, quizás no todas, pero sí las principales.
Es preciso apreciar que somos iguales, en esencia iguales, que sentimos, reímos, crecemos, de modo similar, no lo hacemos de manera diferente. Y somos tan dependientes el uno del otro como ni siquiera imaginamos. Nos sorprenderíamos al reconocer que sí estamos hechos de la misma materia, tenemos similar apariencia, aun si adoramos o creemos en seres superiores con nombre distinto, en imaginarios distintos y ni tanto, diría.
¡Basta! El planeta nos pertenece a todos, y en este espacio es imperioso que prime la concordia, la serenidad, el equilibrio, el entendimiento, el acuerdo, la paz. El planeta no pertenece a unos en particular, aunque así nos parezca. Y debemos cuidarlo, el planeta ya está algo enfermo, de tantos maltratos que le hemos prodigado inadvertidamente, o a plena conciencia. ¡Es urgente!
Palabras más, palabras menos, las de ciertos liderazgos, las que ya deben primar son nuestras, las palabras de los de a pie. Es necesario que las prodiguemos, que las extendamos, que las voceemos. Y quizás si concordáramos en una acción humanitaria común, como por ejemplo, guardar un minuto de silencio por la paz mundial, la que nos es común a todos, por la paz en nuestros territorios donde también queremos entendimientos. Ese minuto de silencio, en nuestras aulas, en nuestros puestos de trabajo, en una esquina, en una plaza, a las 12 a.m., por ejemplo, para dar a entender a todos que optamos por la paz, por el diálogo, por la comprensión, por el acuerdo, por el encuentro.
Opto por el minuto de silencio antes que otro tipo de expresión o expresiones, el silencio es una gran expresión de significado. Detenernos, fijar nuestra vista en lontananza, quizás tomar la mano de nuestro vecino o vecina, darnos la paz, o bien, orar en silencio, pensar o poner en nuestra mente y corazón a quien sufre los horrores de un enfrentamiento o de no entendimiento.
Dejo lanzada la idea aquí, en esta sencilla columna de opinión. Es mejor decir que no decir.
Es una invitación.
Raúl Caamaño Matamala,, profesor, Universidad Católica de Temuco