En 1835, Charles Darwin recorrió brevemente Tarapacá. Desde Iquique cruzó la Cordillera de la Costa y describió esta tierra como la definición más pura de un desierto. En solo tres días, recolectó fósiles y troncos petrificados adyacente a Huantajaya, dejando una pregunta aún vigente: ¿cómo es posible que en el desierto más árido del mundo hayan existido bosques?

La historia geológica responde: hace 250 millones de años, el norte de Chile albergó ecosistemas similares a la selva amazónica. Hoy, Tarapacá es un territorio de gravas, arenas, sales y rocas porfídicas, materiales que le han otorgado una identidad basada casi exclusivamente en la minería del salitre, cobre, molibdeno y últimamente litio.

Pero el problema no es la minería. Es depender solo de ella. ¿Qué ocurrirá cuando los yacimientos se agoten? Como Detroit en Estados Unidos tras el declive automotriz, Tarapacá corre el riesgo de caer si no diversifica. Más del 50% de su PIB proviene de la minería, pero su presupuesto anual apenas bordea los 70 millones de dólares, una cifra irrisoria en relación con el aporte que ha hecho la región al país.

El futuro, sin embargo, puede inspirarse en otros desiertos. Egipto, con condiciones climáticas similares, impulsa desde hace años el Proyecto Toshka: una red de canales artificiales que ha transformado más de 500.000 hectáreas desérticas en tierra fértil, generando miles de empleos y exportaciones por 8.800 millones de dólares. ¿Y si Tarapacá siguiera ese camino? Una planta desaladora y un plan agrícola podrían irrigar 100.000 hectáreas y abrir un nuevo capítulo de desarrollo. La clave no es abandonar lo que somos, sino prepararnos para lo que viene. Tarapacá puede evolucionar, no por selección natural, sino por decisión política.

"Una planta desaladora y un plan agrícola podrían irrigar 100.000 hectáreas y abrir un nuevo capítulo de desarrollo. La clave no es abandonar lo que somos, sino prepararnos para lo que viene".

Diego Rojo,, director de la Sociedad Geológica de Chile

En Chile mayo es el Mes del Mar, pero en Iquique este mes tiene un significado mucho más profundo. La conmemoración de la gesta heroica naval es un orgullo para nuestra ciudad y región que permiten encontrarnos, pensar sobre nuestra historia y nuestro pasado. Desde hace un tiempo, el mes de mayo es también el Mes de los Patrimonios, proporcionando una oportunidad de reflexionar sobre nuestra identidad, herencia histórica y cultural, las que le otorgan a los tarapaqueños un arraigado y potente sentido de pertenencia. Sin embargo, pocos son conscientes de que la larga historia tarapaqueña se remonta hasta 13.000 años de antigüedad cuando llegaron los primeros pobladores a Quebrada Maní, lo que posiciona a Tarapacá como uno de los territorios con evidencias de ocupación humana más antigua del continente americano. A lo largo de la costa tarapaqueña se conservan de manera extraordinaria gran cantidad de antiguos asentamientos humanos de distintas épocas que forjaron un pasado de distintas épocas, que consolidaron una ocupación costera compuesta por poblados, viviendas, espacios de congregación, geoglifos, pinturas y antiguos cementerios, los que integran un rico legado que debemos conocer, valorar y proteger paras las actuales y futuras generaciones. Localidades como Pisagua, Caleta Buena, Bajo Molle, Punta Gruesa, Los Verdes, Patache, Chanabaya, Río Seco, San Marcos, Chipana y el Loa -solo por mencionar algunas localidades-, albergan este rico patrimonio arqueológico.

El crecimiento urbano e industrial impone un gran desafío al respecto, ya que éste inevitablemente genera afectaciones e impactos sobre estos patrimonios prehispánicos, históricos e industriales. Para dar respuesta a los desafíos futuros de nuestra región debemos encontrar soluciones desde Tarapacá para favorecer el crecimiento junto con proteger nuestro legado y herencia cultural mediante el estudio de nuestros patrimonios y la reflexión sobre cómo conciliar nuestro pasado y nuestro futuro, involucrando a autoridades, servicios públicos, comunidades y especialistas.

Pablo Mendez-Quiros Aranda,

arqueólogo, Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile

Se ha dado cuenta que cientos y cientos de funcionarios públicos que fueron individualizados por usar "licencias truchas" para gozar de unas buenas vacaciones, han renunciado rápidamente a sus trabajos y algunos sin dudar, los han aplaudido por su supuesta "mea culpa", pero ojo, pestaña y ceja, lo hacen simplemente, para ocupar lo que es tan común en Chile, un "vacío legal", es decir, al renunciar antes de que les hagan el correspondiente sumario administrativo, quedan habilitados para volver más adelante a trabajar al servicio público. ¿Qué le parece?, ¿Y de dónde surgen los "vacíos legales"?

Muy simple, al aprobar las leyes, quedan algunos cabos sueltos, sin amarrar, pero pensemos en positivo, se les pasó a los legisladores (¿o usted piensa en contrario?), pero luego la "chispeza" del chileno, se encarga de encontrar el mencionado "vacío legal", como en este caso de las "licencias truchas" y salir "libre de polvo y paja" y volver como "una blanca paloma" al servicio público.

¿No cree usted que los empleados públicos deberían regirse por el Código Laboral, que tienen los empleados del sector privado y no por el Estatuto Administrativo que tienen hoy?

Solo verifique, las grandes diferencias de ser despedido, en uno y otro sistema, en un caso por ley y en el otro, después de pasar un largo sumario administrativo y sin perder sus remuneraciones ni beneficios.

Luis Enrique Soler Milla