Toda una vida dedicada a las escuelas rurales
Más de veinte años llevan impartiendo clases en los distintos establecimientos de Colchane y en el último aniversario de la comuna fueron reconocidas por su servicio a la comunidad.
Se trata de las profesoras Eva Uribe y María Oróstica, esta última, directora de la Escuela Fronteriza de Colchane. Ambas han entregado sus últimas dos décadas a la educación en establecimientos rurales.
Oróstica llegó a la comuna de Colchane en 1993 y en ese territorio ha repartido sus conocimientos en escuelas de Mauque, Pisiga Choque, Cariquima y en el pueblo mismo de Colchane. En total, lleva 22 años trabajando en la localidad altiplánica.
Pero sus vínculos con la educación rural siempre han existido, incluso antes de llegar a la región de Tarapacá. La profesora nació y se crió en Santa María, en la provincia de San Felipe, región de Valparaíso, donde trabajó 19 años, siempre en pequeñas escuelas.
En San Felipe estuvo en los pueblos de Curimón, Santa María y una localidad cercana a Putaendo, de la cual no recuerda su nombre. "Por esas cosas de la vida entré a estudiar educación y me fascinó", cuenta la profesora de Educación General Básica, formada en la Universidad de Playa Ancha en la ciudad puerto.
Sin embargo, su traslado a la comuna ubicada en la provincia de El Tamarugal no fue fácil. "Estaba estudiando Construcción Civil en La Serena. Me gustaba mucho, pero por razones del destino tuve que salir de la universidad. Ingresé a trabajar como profesora de Matemáticas por los conocimientos que tenía de Ingeniería, en la Escuela Industrial de San Felipe. Después empecé a estudiar para profesora general básica", relata.
Esas razones que la llevaron a dejar su carrera, explica brevemente, estuvieron vinculadas a factores políticos tras el golpe de Estado de 1973, un tema en el que prefiere no ahondar.
adaptación
Aunque su trabajo siempre ha estado en servir a las comunidades más alejadas de las grandes urbes, las condiciones climáticas y geográficas de los valles centrales son muy distintas a las que ofrece el altiplano nortino.
"El primer año que llegué a trabajar desde mis tierras directo al altiplano fue en Cancosa. Me apuné, vomité, casi me morí y estuve con dolor de cabeza toda una semana pero no había nada en que bajar. Por lo tanto mi cuerpo tuvo que adaptarse. De Cancosa era difícil bajar a la ciudad, postulé a un concurso y quedé en Mauque", cuenta la mujer de 62 años.
"Todos los paisajes, los lugares, tienen su belleza, diferente, pero belleza al fin. Mi facilidad de adaptabilidad ha sido excelente. Yo soy del campo, todo terreno. Tenemos profesores que han estado acá, una, dos horas y se van. Muchos. Este año unos 6 o 7. Llegan en marzo, suben a la oficina, uno conversa con ellos… pero… 'nos vamos'. No les gusta porque no hay luz en la noche, las condiciones climáticas, la puna, las casas, porque son casas de madera donde compartimos", detalla.
A pesar de esto, en la escuela actualmente trabajan profesores de distintos lugares de Chile: Arica, Santiago, Valdivia, Los Ángeles, La Serena, explica la directora, quien tiene a cargo a 123 alumnos y 18 profesores, en una escuela que va desde la pre-básica hasta cuarto medio y que cuenta con dos especialidades técnico profesionales: Párvulo y Mecánica Automotriz.
"Toda mi vida me desarrollé en una zona rural. Trabajé, nací y me crié en una zona rural. Estoy en mi hábitat, digamos. Los niños son sanos, no están maleados por decirlo así. Tienen un tremendo respeto por sus profesores", reconoce Oróstica.
SACRIFICIO
La historia de Eva Uribe no es muy diferente a la de su colega docente. Llegada hace 26 años desde la región de Coquimbo, donde hizo clases en localidades como Cavilolén, Matancilla y Las Tazas, ahora también imparte clases en la comuna nortina.
"Cuando llegué a Iquique haciendo cursos de perfeccionamiento, conocí a colegas que trabajaban por estos lugares y me comentaron (la posibilidad de trabajar en Colchane). Llegué y me gustó muchísimo trabajar con niños indígenas y aymaras", dice.
Su opinión respecto de hacer clases en lugares apartados de las comodidades presentes en las ciudades, apunta a que, si hay una vocación real de por medio, todo lo demás es superable.
"Cuando a uno le gusta lo que es hacer docencia y ser profesor, yo creo que no es sacrificado. Tengo ese don de trabajar con niños. Ellos son muy sumisos, muy cariñosos y les falta mucho afecto. Uno se encariña mucho. Con los niños de ciudad se han visto muchas cosas entre profesores y alumnos, violencia, pero acá no se ve eso, al contrario, los niños se acercan mucho al profesor", asegura Uribe, quien ha viajado con sus alumnos a distintas localidades mostrando la realidad altiplánica, una de ellas, Quilimarí, en su región natal. J