Las hazañas y el valor de las madres migrantes en Iquique
Ya sea si se vinieron solas o acompañadas de sus hijos, aquí algunas historias de mujeres que han logrado sortear el destino a su favor y superar los constantes obstáculos que les ha puesto la vida.
Tomar la decisión de dejar las raíces de lado por necesidad. Esa inquietud de querer surgir para darle primordialmente una mejor calidad de vida a sus hijos, son las sensaciones por las que atraviesan las mujeres que con una pequeña noción de la realidad, se han podido dar cuenta de que la vida no es como se la plantearon sus pares, sino que la que ellas optaron por llevar. Ellas, son parte de las 24.269 mujeres extranjeras que existen en la Región de Tarapacá, según el censo 2017.
El 10 de mayo se ha convertido en una fecha significativa, más cuando se está inmerso en una actualidad de lucha por los derechos de las mujeres. Muchas de ellas tuvieron que dejar a sus hijos para emprender un viaje de sacrificio y trabajar horas extras o en más de un lugar para depositar a la cuenta del familiar que cuida a sus hijos.
Hace 13 años que esa convicción pasó por la cabeza de Susi Ávalos, una mujer que cruzó la frontera de Perú para salir del campo en el que vivió toda su vida y así solventar los gastos que le demanda tener tres hijos, los que tuvo a los 17, 18 y 23 años.
Luego de un tiempo, tuvo que volver al paisaje rural porque uno de ellos se accidentó, pero tras quedar embarazada del último, el padre la abandonó a los 20 días de gestación, lo que la obligó a retornar a Iquique.
Aquí empezó a laborar cuando el sueldo no eran más de $200 mil y se tenía que cerrar la boca ya que carecía de documentos. Trabajaba de seis de la mañana hasta las diez de la noche para mandar todo el dinero hasta un pueblo ubicado a dos horas de Trujillo y con lo que le sobraba, se compraba un paquete de maní para pasar el hambre, pero por lo menos le reconfortaba la idea el saber que ellos estaban bien y sin necesidades.
"Es muy triste. Un Día de la Madre o una Navidad pasarla sin la familia, es muy triste y cuando uno tiene hijos es peor todavía porque cuando uno ve a un niño llorando en la calle se le parte el corazón, uno ve a su hijo ahí", relató la mujer de 34 años.
A las seis de la mañana se levanta para bajar desde Alto Hospicio hasta su trabajo. Con ese turno no alcanza a levantar a sus hijos para que se vayan a la escuela, pero cuando le toca ingresar a las 10 horas les deja todo listo para que se presenten impecables.
Toda su vida le inculcaron que la mujer era de un solo marido y que si este la dejaba era mal visto iniciar una relación con otra persona. Los quehaceres de la casa no son compartidos y tuvo que escuchar más de algunos comentarios machistas de parte de su familia que ha estado ligada siempre a la agricultura.
Cansada de esta situación pudo darse cuenta de que quedándose no iba a tener futuro ni menos sus hijos, así que se le metió en la cabeza que la vida como se la pintaban era solo una parte de las experiencias que podría vivir.
"Cuando el papá de mis hijos a mi me dejó yo me vi en la necesidad de trabajar, tenía que hacerlo porque mi familia no tenía muchos recursos, vivía de sus siembras entonces era una carga más tres y no me parecía justo. Así que cuando empecé a trabajar me di cuenta de que la vida no era la que yo siempre pensé, porque cuando me faltaba un pañal no me lo compraba mi suegra o mis padres, entonces cuando me vi con esta necesidad dije 'esto no es vida, yo no quiero eso para mis hijos' (...) Yo no quería verlos en el campo cortando, trabajando más de 10 horas para que le den un sueldo miserable".
Los pasajes de su vida la han hecho una mujer fuerte y perseverante, capaz de despojarse de sus comodidades en busca de la reivindicación del género y con ello, enseñarles a sus hijos que las mujeres pueden llegar tan lejos mientras se lo propongan.
Cuba
Impartiendo actividades y entregándoles herramientas para la reinserción de ex prisioneros, estaba Yaima Covarrubias González hace dos años en La Habana, Cuba. Desde allí ejercía la profesión de trabajadora social para poder mantener a sus dos hijos, algo que no lograba sortear al 100% por los bajos ingresos que tienen los habitantes de su país.
Además de los problemas económicos, era el crecimiento personal y familiar lo que más la obligaban a emigrar. Tiene una hija de 13 y otro de 7 años a quienes mantiene de forma autónoma, pero además se ha convertido en un soporte para sus padres en Cuba.
Está segura que aquí será el lugar donde sus hijas van a tener una vida mejor y al terminar la frase sonríe, lo hace para cada respuesta porque la esperanza y espíritu positivo siempre la acompañan.
Fue así como armó sus maletas y las de sus hijos que la acompañaron en esta travesía que a pesar de estar juntos debieron ingeniárselas para entrar al país. "Salí de Cuba en avión, pasé por Guyana, desde ahí a Brasil en bus y todos esos lugares de camino hacia acá eran un poco tristes pero me vine sola con mis niños y enfocada en que debía llegar hasta acá y el trayecto aunque fue difícil, pues llegamos", explicó.
Escondida en algunos rincones de la frontera, fue el panorama que tuvo que vivir Yaima, porque fue la única opción para lograr el cometido y aunque confesó que no volvería a exponer a sus hijos, no se arrepiente de esta opción que la ha mantenido con una vida estable en la región
Ha trabajado en cuanta oportunidad laboral le aparezca y no le hace el quite, si por ella dependiera estaría 20 horas tratando de ganar más dinero , si es que puede de esa forma seguir luchando con sus hijos. Con ellos dijo ser algo aprensiva pero más que todo estricta. "Me gustan los niños, se les pueda dar todo, pero que ellos den todo también. Yo les doy lo que puedo y ellos me dan sus mejores calificaciones, su mejor comportar y así son mis niños, son maravillosos".
Durante la travesía del viaje se hizo una amiga, la misma que hasta el día de hoy la ayuda a cuidar a sus hijos, mientras Yaima la apoya económicamente por este tiempo y así recíprocamente se potencian para no decaer.
Para Yaima cada mujer que decide emprender un viaje con este objetivo, ya sea acompañada de sus hijos o solas son unas "guerreras porque hay que pensar que cuando uno sale de su estabilidad para volver a empezar, estás dejando atrás muchas cosas, para mí es valentía ", enfatizó.
Bolivia
Nació en el seno de una familia constituida por unos padres, que hasta el día de hoy permanecen juntos. Una infancia tranquila vivió Araceli Durán en Santa Cruz (Bolivia), donde se le inculcaron valores y el valor de las cosas.
En su ciudad se desempeñaba como secretaria, quedó embarazada a los 23 años y cuando le contó a su novio este desapareció por completo, desde ese entonces que no tiene contacto con él.
Así la vida se le fue tornando más complicada, ya no debía alimentar una boca sino dos y como la empresa en la que trabajaba quebró, armó su maleta y decidió emprender viaje rumbo al norte de Chile.
Todos los meses le enviaba dinero a su madre para que cuidara de ella, aún recuerda el día en que partió y le dijo adiós, algo que la emociona hasta las lágrimas. Antes de viajar, su hija que en ese entonces estaba por cumplir 3 años de edad, estuvo a punto de padecer leucemia, lo que la imposibilitó viajar y durante cinco meses se dedicó a cuidarla.
"Fue por negligencia médica. Yo como tenía planes de viajar decidí hacerle unos análisis y el médico donde la llevé me dijo que sus glóbulos blancos estaban demasiado bajos y esto había sido por una infección urinaria que ella tenía y que se le fue agravando a tal punto que se le hicieron como una especie de vidrio que le fueron cortando de a poquito sus venas, así que decidí quedarme para seguir el tratamiento", contó Durán.
La única meta que la instalaba en Iquique era el dinero que podía juntar y su objetivo era volver cuando se pudiera estabilizar económicamente, algo que no sucedió ya que se enamoró de un hombre ecuatoriano con el cual tuvo a su segunda hija.
Fue así como delegó parte de su tiempo en trámites para poder traerla, algo que se concretó hace dos años. La crianza en la que se vio envuelta su hija mayor a través de sus abuelos han hecho más complicada su relación, sin embargo, el estar todas juntas y ser parte de su crecimiento, es algo que no cambiaría por nada del mundo.
Ecuador
Desde Machala, la capital mundial del banano, hasta Iquique tuvo que viajar Ángela Bone hace 12 años. A los 18 se puso a trabajar en la producción del plátano, porque quedó esperando a su primera hija del hombre que se enamoró, pero luego del término de la relación su madre decidió mandarla para Chile para que pudiera tener otro estilo de vida.
Es la mayor de seis hermanos y cuando viajó se trajo consigo a su hija, que estaba por cumplir los cuatro años. No tuvo la oportunidad de entrar a la universidad así que tomaba trabajos como niñera o haciendo la limpieza para que no le faltara nada.
Tomó la decisión porque una amiga la convenció de que aquí se vivía mejor, pero lo que no le dijo fue que debía trabajar en algo que no precisamente estaba dentro de sus principios y aunque le incomodaba ya tenía un lugar donde quedarse y un contrato que le aseguraba el salario para comer.
Confesó que ha tenido que pasar por la discriminación de los hombres, aquellos que le han reprochado por el hecho de ser migrante y hasta por su vocabulario, pero debía soportar porque necesitaba el dinero.
Luego de una relación tuvo a su segundo hijo con el que estuvo trabajando hasta una semana antes de dar a luz, ya que no podía depender del padre "que se aparecía cuando le daba ganas".
Actualmente tiene tres personas que dependen totalmente de ella, se las ingenia para poder juntar dinero y pagar el arriendo de su casa que cada vez se hace más pesado, pero ha luchado contra viento y marea, cree en sus hijos y los apoya incondicionalmente.
Bone espera que con todo lo que ha vivido, en un futuro se logre concretar la igualdad para las mujeres, que pueden hacer de todo para que a sus hijos no les falte nada.
Susi Ávalos"
"Cuando empecé a trabajar me di cuenta de que la vida no era la que yo siempre pensé"