En la historia criminal de Tarapacá salitrero se destaca un caso muy sobrecogedor que ocurrió en Iquique en 1907. El Hospital de Beneficiencia fue el escenario de una tragedia que involucró a un practicante y una monja, los cuales prestaban servicios en ese recinto asistencial, inaugurado en 1887. El profesional de la salud, profundamente enamorado pero perturbado por no querer reconocer que estaba frente a un amor imposible, asesinó a la religiosa y luego se suicidó. El cruento suceso provocó gran impresión en la ciudad, más aún cuando este ocurrió en una establecimiento dedicado a una encomiástica labor: la salud pública, y que en ese momento allí se perdieron dos preciosas vidas de personas jóvenes. La prensa local informó detalladamente al respecto.
El año de 1907 fue funesto para Iquique y Tarapacá. Se desarrollaba la crisis. Se depreciaba constantemente el papel moneda frente a la libra esterlina, originándose el alza de los precios de los artículos de primera necesidad. Perdían valor los sueldos y salarios. Sus resultados: malestar social y huelgas obreras. La situación empeoró, desatándose la gran huelga pampina de los 18 peniques y la Matanza de la Escuela Santa María a fines de ese año.
El Hospital de Iquique prestaba importantes servicios a la población local y de la Pampa. Entre el personal había un número de monjas. Una de estas era de nacionalidad francesa proveniente de la región de Bretaña. Pasaba desapercibida dentro del diario ajetreo del nosocomio. Pero todo cambió cuando un practicante se fijó en esa religiosa cuya evidente belleza de sus facciones que dejaba al descubierto su hábito negro, su dulzura, originaron sentimientos profundos hacia la monja bretona. Sin embargo entre ellos había levantado una muralla invisible. Ella estaba consagrada a servir a Dios, a cumplir un trabajo cristiano que le había entregado la Congregación a la cual pertenecía.
A causa de ese dramático suceso cuántas preguntas se podrían hacer, todo cae dentro del campo de las conjeturas, de las suposiciones sobre el desarrollo de obsesión del practicante por aquella religiosa.
Evidentemente perturbado adoptó una decisión fatal. Un revólver sería el arma que daría término a la vida de la monja y la del propio autor del alevoso asesinato. Caso cerrado.
Primeramente se sepultaron los restos del victimario en el camposanto número uno. Una hora después le correspondió a los de Sor Hilaria. Asistieron a la inhumación el Vicario Apostólico, e Intendente, etc., además de una gran cantidad de personas de la comunidad.
De esta manera concluyó la última parte de la tragedia en la Sala San Alfredo del Hospital que en esos momentos tenía izado a media asta la bandera nacional en señal de duelo por la terrible partida de dos funcionarios de una forma tan dolorosa.
Mario Zolezzi V.