La vitrina invisible
Hace unos meses atrás leí un listado de los cambios que instaló la pandemia en el engranaje productivo mundial. El documento, elaborado por prestigiosos economistas, señalaba el teletrabajo y la educación en línea, como modalidades que llegaron para quedarse dentro la dinámica doméstica del hogar. Las ventajas asociadas también se describían con mucho entusiasmo. Pero en ninguna parte de este relato encontré cómo era que estos, recientemente inaugurados, caminos de la economía lograban incorporar la crianza y los cuidados de hijas e hijos, en este cocktail de correos electrónicos, redacción de informes, reuniones virtuales y teleclases, donde los padres y madres eran empleados de una empresa, apoderados y asesores de limpieza y cocina, a la vez, y en el mismo lugar.
Parece ser que, aún cuando el confinamiento expuso la trastienda de las familias en sus hogares a vista y paciencia de casi todo el mundo, el aprendizaje sobre estas imágenes y sonidos caseros parece no haber decantado. Por eso es que estos tipos de trabajos señalados por las estadísticas, como mayormente maternos, siguen siendo invisibilizados. Porque son asumidos como los malabares obligados de una tramoyista que debe asegurar en forma gratuita, que el espectáculo rotativo de los platos limpios, los niños puntuales en clases y sin hambre y el correo respondido oportunamente, no se interrumpa. Los economistas del listado pandémico lo tenían claro: el show debe continuar. El brutal detalle, es que olvidaron mencionar, aquello que aún no ha sido resuelto y esto es, darle cabida y valor al trabajo contributivo de lo que ocurre dentro del hogar.
Quizás si estos listados desde los que nacen las decisiones trascendentales para los programas de reactivación económica fueran escritos entre llantos de bebés, ollas con comida quemándose, el citófono sonando para avisar que llegó el agua, una ducha interrumpida con shampoo no enjuagado en el pelo, las disertación sobre los dinosaurios, la tempera avanzando sobre piso y las demandas ininterrumpidas por el almuerzo, surgirían ideas de negocios innovadoras y revolucionarias, cambiando estructuralmente la inercia de cómo funcionamos y calculando desde otras veredas el PIB de cada nación. Es una hipótesis que me gustaría comprobar. Pero en este momento no puedo. Acabo de escuchar que, por enésima vez, me llaman mientras escribo esto, repitiendo sin parar "¡mamaaaaaaaá!".
"Estos trabajos señalados por las estadísticas, como mayormente maternos, siguen siendo invisibilizados".
Gissel Godoy Riquelme,, arquitecta-MBA