Lo que el domingo enseñó
Son varios los fenómenos dignos de destacar que ocurrieron el domingo. Desde luego, pareciera que la imagen de la sociedad chilena como efervescente y enfervorizada por el cambio -la imagen que se extendió a contar de octubre del año 2019 y luego de la elección de convencionistas- era falsa. No hubo una asistencia masiva a la votación, como debiera haber ocurrido si esa imagen de una sociedad encendida de entusiasmo hubiera sido cierta. Si se atiende a la masa electoral habría que repetir lo que alguna vez dijo Gore Vidal respecto de la política americana: en Chile sigue habiendo dos grandes partidos, el de los que asisten a votar y el de quienes no asisten a votar.
Tampoco resultó verdad que en Chile predominara el anhelo de transformaciones radicales y profundas. Las que se llamaron a sí mismas "fuerzas transformadoras" apenas se empinaron sobre el número de votos que, sumadas, obtuvieron en las primarias. En cambio, lo que, con ánimo polémico, han sido llamadas "fuerzas refractarias al cambio", sumadas, parecen configurar una sorprendente mayoría. Es cosa de reparar en que el tercer lugar y el cuarto lugar en la presidencial corresponden a esas fuerzas. Y el resultado no es tan distinto en las parlamentarias.
El resultado de Parisi (un fenómeno nada raro si se tiene en cuenta que en todas las elecciones ha habido algún outsider, es cosa de recordar a Errázuriz, a José Piñera, a Sfeir) no sorprende tanto por el monto o cantidad de votos, como por la distribución territorial de ellos. Es una muestra y una prueba flagrante de la importancia creciente que el orden público, el desorden inmigratorio y las amenazas que sienten los grupos medios está adquiriendo en la política. Este era un fenómeno previsible y es casi seguro que explica el bajo desempeño de la izquierda que inundada de buenismo no se ha decidido aún (¿se decidirá ahora?) a contar con una clara agenda de orden público y con una disposición a emplear la fuerza legítima del estado.
Este domingo empezó, además, a culminar lo que pudiera llamarse el languidecimiento de una generación. La generación que condujo al estado durante casi tres décadas -especialmente en la centroizquierda- comenzó a abandonar la escena, a perder influencia y peso simbólico. Solo cabe lamentar que la retirada de sus cuadros alguna vez más talentosos, se produzca en medio del silencio y luego de actuaciones más bien bochornosas. Nunca como en este caso es más cierto que cada uno es siempre, o casi, víctima de sí mismo.
¿Tiene todo esto algún significado para la Convención constitucional?
Sin ninguna duda. Fuere cual fuere el resultado de la segunda vuelta, parece claro que Chile acaba de despertar; aunque en un sentido opuesto al despertar de octubre. El entusiasmo utópico que, en algún sentido, pareció inundar a algunos sectores de la Convención, acaba de recibir un balde de agua fría. Y de esta forma la idea que la Convención podría elaborar una carta constitucional sobre la base de un mandato radicalmente transformador (como es la comprensión que de su propio origen tiene la mayoría de los convencionistas) deberá principiar a corregirse.
Así, de esta forma, lo previsible es que de aquí en adelante la capacidad de producir orden (lo que la ciudadanía anhela en grados crecientes) sea uno de los activos que, de manera simulada o real, los candidatos comenzarán a subrayar. Es esta una gran ironía. Durante mucho tiempo se empleó la expresión "partido del orden" con ánimo derogatorio (la expresión es de Marx, quien la usó en el 18 Brumario de Louis Bonaparte). Y ahí tiene usted, hoy hasta Gabriel Boric querrá se le reconozca como parte de sus filas.
Carlos Peña