Explicación de Mario Marcel
Hay una parte de quienes integran en el espacio público, que piensan que la designación de Mario Marcel, o la aceptación de este último, es la prueba final de que el programa de Gabriel Boric se ha resignado al gradualismo, al mismo gradualismo que acompañó los últimos treinta años que tantas quejas y protestas suscitó en los últimos dos años. Los mercados (esa es la expresión con la que se designa la forma en que reaccionan los actores económicos frente a una decisión pública) habrían respirado aliviados. El temor de cambios radicales, que alteraran el tranquilo ritmo de la vida económica del último tiempo, se habría disipado.
Pero también hay quienes, comenzando por el propio Presidente electo, han afirmado que Mario Marcel viene a ejecutar el programa y no, como parece creerse o como la anterior opinión insinúa, a morigerarlo o atenuarlo o hacerlo moroso o lento. Marcel no habría puesto condiciones al presidente, simplemente habría aceptado una nominación que tiene por objeto hacer la voluntad de quien concitó la confianza ciudadana y no la suya propia.
Para la primera de esas opiniones, Mario Marcel es un técnico, una de esas personas que conoce la forma en que, al margen de la voluntad humana, funciona la economía, alguien en suma que sabe dónde están los límites con los que cualquier iniciativa acabaría chocando. Para quienes así piensan Mario Marcel sería una suerte de technopol, que es como la literatura denomina a quienes acceden al manejo del poder político o estatal no desde la contienda abierta de lo político, sino desde la destreza y el conocimiento técnico. Al señalar los límites de la realidad, este tipo de intelectuales acabaría modelando la política.
En cambio, quienes sostienen el segundo punto de vista piensan que Mario Marcel es en realidad un político, alguien que abriga objetivos que procura alcanzar a punta de voluntad. Su aceptación del cargo de Ministro de Hacienda, entonces, no sería para desplegar sus conocimientos técnicos, sino para realizar una voluntad política que subyace desde siempre a su desempeño técnico. Esto no significa, desde luego, que vaya a olvidar sus conocimientos técnicos; pero su aceptación del cargo quiere decir que él pone la técnica que maneja con destreza, al servicio de objetivos políticos en los que cree a pie juntillas. Esto es lo que explicaría su renuncia al Banco Central. Si se tratara de desplegar una vocación técnica, esa renuncia sería inexplicable. Pero si se trata de permitir que se exprese una voluntad política aherrojada por una posición funcionaria, no cabe duda de que su renuncia es perfectamente explicable.
Si la primera opinión fuera correcta, entonces la renuncia al Banco Central sería absurda e insensata. Pero no es el caso. Ella es perfectamente correcta si de lo que se trata es de desplegar una voluntad política largo tiempo atesorada.
Pero ¿cómo explicar que habiendo formado parte de los treinta años tantas veces repudiado ahora se disponga a trabajar junto a quienes acuñaron ese repudio?
En realidad, esa situación no debe llamar la atención. Es cosa de recordar a Nicolás Eyzaguirre y su desempeño en Hacienda con Ricardo Lagos y la forma en que, más tarde, desde Educación se esmeró en criticar y cambiar lo que el propio Lagos había en su momento impulsado. Ello no significó que Eyzaguirre traicionara lo que alguna vez hizo, sino que significó simplemente que lo que alguna vez hizo era el escalón necesario para hacer lo que, al asumir Educación, intentó siempre hacer. Mutatis mutandis, lo mismo vale para Marcel.
No es que él haya renunciado o desprecie los treinta años que ayudó a construir, es que la posición que ahora tiene y los objetivos que persigue era simplemente un sueño demorado.
Carlos Peña