El veneno del 10%
Lo más relevante de lo que ha ocurrido por estos días no es el rechazo del diez por ciento -algo bienvenido cuando se lo examina desde el punto de vista económico- sino la porfía en solicitarlo una y mil veces.
Y es que esa porfía es indicativa de un fenómeno, por llamarlo así, sociológico que de un tiempo a esta parte ha ocurrido en la sociedad chilena y del que el comportamiento de los parlamentarios no es más que un resultado.
Para advertirlo hay que retroceder hasta antes del 2019.
Mucho antes de esa fecha comenzó a expandirse la idea de que buena parte de los problemas que se experimentaban no eran el fruto de la falta de crecimiento sino el resultado de la cicatería, la mezquindad, el egoísmo, de una élite voraz dedicada a acumular riqueza a costa de una mayoría trabajadora y virtuosa. Buena parte de los problemas se creía entonces, eran fruto de una élite ambiciosa frente a un pueblo virtuoso: los malos resultados de la educación, fruto del lucro; las magras pensiones, resultado de las AFPs y su desmedida ambición; la congestión en la salud, resultado de las isapres; los precios, fruto de la colusión, y así. Ese diagnóstico de los problemas sociales -al que técnicamente suele llamársele populismo y al que la actual coalición gubernamental contribuyó, sin excepciones, con entusiasmo- comenzó a cundir poco a poco; aunque se trataba solo de una idea, una idea que no encontraba ningún fenómeno en la realidad, ningún acontecimiento tangible, que permitiera confirmarla. Y ocurre que las ideas adquieren eficacia social cuando un fenómeno parece confirmarlas. Y esa visión de los problemas sociales no encontraba ninguno.
Hasta que llegó la pandemia.
La pandemia obligó a la entrega permanente de subsidios, tanto subsidios directos por parte del estado con cargo a rentas generales o ahorros fiscales, como transferencias con cargo a los fondos previsionales. De pronto, entonces, gracias a decisiones políticas, empujes de la simple voluntad, los problemas parecieron poder resolverse. Y es probable entonces que buena parte de la gente se preguntara ¿por qué hoy se puede disponer de recursos -bastando para hacerlo una simple decisión de la autoridad- que hasta anteayer se nos negaban? ¿Acaso no era verdad entonces que todo era cuestión de voluntad, de sensibilidad hacia los problemas de la gente puesto que la experiencia mostró que, si se quería, se podía?
En ese momento, el fenómeno que el populismo necesitaba para adquirir verosimilitud se configuró. Las transferencias que fue necesario hacer, sirvieron de estructura de plausibilidad del populismo.
Hoy es muy difícil hablar de escasez, de la necesidad del esfuerzo sostenido para crecer y resolver los problemas, cuando la experiencia sostenida en estos años (justificada en sus inicios, de eso no hay duda) demostró, a ojos de la gente de a pie, que el estado podía resolver los problemas y transferir recursos al compás de la voluntad. Menos todavía si quienes hoy manejan el estado (incluido el ministro Marcel, quien acaba de abandonar su papel de cancerbero de las finanzas) accedieron a la solicitud de retiros, solo que modificándola. Retrospectivamente el fenómeno de las ayudas vino a confirmar la verdad, por decirlo así, del populismo, a conferirle eficacia social a la imagen que él divulga acerca de los problemas sociales (la riqueza está ahí, solo que algunos la atesoran).
Y no será fácil espantar esa imagen del espacio público.
No tiene nada de raro entonces (como lo mostró esa señora que llamó amarillo al presidente o como lo están mostrando las encuestas) que cualquier forma de contención del gasto o de los subsidios o de las transferencias sea visto de aquí en adelante como una forma de sumarse a esa oscura conspiración de las élites inundadas de cicatería y ambición.
Y menos raro aún es que los parlamentarios, la mayor parte de los cuales son buscadores de votos (que es otra forma de decir buscadores de rentas, como todos) no hagan el menor esfuerzo de contradecir esa imagen y en vez, se empeñen en fortalecerla.
Carlos Peña