La solidaridad es uno de los valores que hoy sustenta nuestra sociedad, aún ante la pérdida gradual de valores que son bases fundamentales para su funcionamiento. Sin embargo, el mundo aún lucha porque el ser humano sea solidario. Y es en este contexto que cada 20 de diciembre se conmemora el Día de la Solidaridad Humana.

Se trata de una fecha convocada por la Organización de las Naciones Unidas, que ha puesto especial énfasis en este valor, sobre todo en este siglo. Así lo indica en su página web, en la que explica que "convencida de que la promoción de la cultura de la solidaridad y el espíritu de compartir es importante para la lucha contra la pobreza, la Asamblea General proclamó el 20 de diciembre como Día Internacional de la Solidaridad Humana".

Es en este sentido que la ONU fundamenta que la solidaridad se identifica en la Declaración del Milenio "como uno de los valores fundamentales para las relaciones internacionales en el siglo 21 y para que quienes sufren o tienen menos se beneficien de la ayuda de los más acomodados. En consecuencia, en el contexto de la globalización y el desafío de la creciente desigualdad, el fortalecimiento de la solidaridad internacional es indispensable".

Es por eso que esta fecha plantea la necesidad de reforzar el compromiso que debe existir a nivel mundial en la construcción de un espacio de solidaridad y de paz, así como la aplicación de iniciativas para la erradicación de la pobreza y sensibilizar a la opinión pública acerca de la importancia de la solidaridad como valor.

La solidaridad básicamente consiste en hacer un esfuerzo para ir en ayuda del prójimo, sin escatimar en esfuerzos o recursos. El pago que viene de la solidaridad son los buenos resultados que en general produce el hacer el bien de manera desinteresada.

Se trata de un valor que especialmente hoy se debe resguardar con enorme interés y compromiso, más cuando se puede ver como muchas personas sin escrúpulos, se valen de la solidaridad para su propio lucro o beneficio, lesionando no solo este valor, sino que también la confianza en esta misma virtud.

"Se trata de un valor que especialmente hoy se debe resguardar con enorme interés y compromiso".

Las ciudades se reconocían por el sonido de sus campanas. Su presencia invisible marcaba los tiempos, toda vez que avisaba lo que venía. No solo eran patrimonio de la iglesia que desde diversos rincones llamaban a misa. El Liceo de Hombres, al igual que otros establecimientos educacionales, también tenía una que inspiraba respeto. Sus largas campanadas anunciaban el ingreso a clase. La más esperada, era aquella que llamaba al recreo o que anunciaba el fin de la jornada.

En el box, el sonido de la campana en el Casa del Deportista, anunciaba el inicio del combate y con ella la frase célebre. ¡Fuera los seconds". A muchos, peloduros, atosigados por la vehemencia del rival, literalmente lo salvaba la campana. Había personajes claves en ese arte.

En la cárcel anunciaban el fin de la hora de visita.

Iquique parecía envuelto o prisionero de ese bronce que exportaba sus sonidos a lo largo y ancho de esa ciudad pequeña que siempre soñó con alcanzar el progreso. Combinación de bronce con estaño penetraba en nuestros oídos y nos llamaba al orden.

Sus sonidos suelen acompañar a los recién casados. Un hincha de Deportes Iquique, se ganó al apodo de campanita, ya que alentaba a los nuestros haciendo sonar una campana.

Los del Liceo de Hombres, en no sé que año, se mandaron la broma del siglo. Secuestraron la campana. El día lunes las clases sonaron distintas. Huérfanos de campana toda una jornada, hasta que apareció. Se celebraba la semana liceana.

En el altiplano, en la década de los 60, se roban las campanas de la iglesia de Mauque. Estábamos en plena "guerra santa" entre católicos y evangélicos. El tañir de las campanas llamaban a misa, a clases, a combates de boxeo.

Sonidos sagrados y profanos inundaban la ciudad que compartía sonidos con el rebuzno de los burros o los cachos de toros convertidos en instrumentos de viento.

La sirena de las 12 o el pito de las 6, eran nuestros relojes naturales. El ferrocarril, atrasado, entraba a la ciudad con sus sonidos característicos.

Iquique era entonces una ciudad de madera en la que los sonidos co-existían.

"Iquique parecía envuelto o prisionero de ese bronce que exportaba sus sonidos a lo largo y ancho de esa ciudad".

Bernardo Guerrero Jiménez, sociólogo y académico Unap

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