Romantizar la migración
El diputado socialista Tomás de Rementeria sostuvo, en una entrevista radial, que la izquierda había cometido el error de "romantizar" la migración olvidando que ella debe ser ordenada y responsable.
¿Qué quiso decir exactamente el diputado?
El asunto requiere una previa elucidación lingüística (que de algo sirva hablar de estos temas). La palabra romantizar en rigor es un derivado del inglés romanticise que significa idealizar. En español se usa entonces esa palabra no para significar que algo se volvió romántico (es decir volcado a la espontaneidad del yo o a la subjetividad), sino para decir que a un cierto fenómeno (en este caso la migración) se le envolvió en ensoñaciones, en ligerezas, en vapores adolescentes, en suma, que se le idealizó viendo en él solo virtudes.
¿Tiene razón el diputado?
Hay razones para pensar que sí.
La izquierda de las nuevas generaciones, la del Frente Amplio para ser más preciso, tiene tendencia a romantizarlo todo. Ocurrió con la violencia de octubre del 19 que era, a su juicio, una forma de desobediencia civil; con los problemas en la educación que alguna vez se atribuyeron al lucro de los sostenedores; o, para no seguir, con la violencia en la Araucanía la que se quiso aplacar hablando del wallmapu. Hay en esa izquierda (que no es toda la izquierda) quienes creen que casi todos los problemas sociales son producto de factores estructurales o impersonales (la desigualdad, uno de los más subrayados) y que atender a factores individuales a la hora de examinar sus causas equivale a discriminar, a violar un principio subyacente a los derechos humanos (así seleccionar en educación sería discriminatorio, controlar la migración escrutando antecedentes personales, también, reprimir a los grupos indígenas que incendian predios, sería violencia estatal, etcétera). La consecuencia de este modo unilateral de enfocar los problemas sociales es la tontería del buenismo: la creencia que quien la pasa mal siempre es una víctima y que el papel del Estado es hacer de buen samaritano, algo así como hacer el bien sin mirar a quien.
Desgraciadamente la realidad suele ser más compleja que el panorama que arroja ese simplismo hoy tan extendido. Y el estado obligado a poner orden, no puede comportarse como el buen samaritano, ni recoger a todos, ni poner la otra mejilla.
Por supuesto hay factores estructurales en los problemas que padecen las personas, pero también hay otros relativos a la agencia, al desempeño individual que acrecientan a los primeros o los atemperan o atenúan. Todos los emigrantes son empujados a salir de su patria o de su lugar de origen por factores sociales o políticos en los que tienen poca o ninguna responsabilidad. Esto es cierto. Y si bien la mayor parte de entre ellos poseen orientación al esfuerzo y al logro, hay otros, los menos, que, en cambio, portan una cultura más o menos violenta que infringe la ley. Esto también es cierto. Los primeros merecen se les acoja sin restricción alguna, en tanto los segundos que se los reprima en base a procedimientos legales o se les expulse. Distinguir entre ambos es una de las tareas fundamentales de cualquier política migratoria (y los primeros que lo reclaman, es seguro, los inmigrantes legales que aportan su trabajo); pero es un hecho notorio que esa distinción no se ha hecho y que, en el extremo, en algún momento, ni siquiera se distinguió entre migración legal e ilegal.
Y cuando esa distinción no se efectúa acaban pagando, como lo está mostrando la experiencia, justos por pecadores puesto que frente a la inacción de un estado incapaz de distinguir entre quien merece estar aquí y quién no, se extiende la idea que los inmigrantes son personas peligrosas, con costumbres violentas, portadores de una cultura de la incivilidad. Cuando el Estado no hace la distinción entre el inmigrante con propensión al logro y respetuoso de las reglas y el que no, estimula el rechazo al inmigrante por el solo hecho de serlo. En el extremo, alimenta la xenofobia, el repudio o el rechazo del extranjero y a la vez fortalece (ya ha habido síntomas de eso) el nacionalismo patriotero, el chovinismo, esa forma vil de apegarse al origen, al lugar al que se pertenece; la idea, tan tonta como el buenismo, que por ser natural de esta tierra se es portador de virtudes que el extranjero desconoce.
Como tantas otras cosas acaecidas en los últimos años, romantizar los problemas es una forma de esconder la incapacidad de comprenderlos y una forma de eludir la responsabilidad que se tiene frente a ellos.
Carlos Peña