Mirada constitucional
La doctrina de Jadue es inaceptable
El alcalde Daniel Jadue, al intervenir en la presentación de un libro, hizo una declaración sorprendente. A su juicio no podría haber judíos de izquierda, ello sería una suerte de contradicción en los términos ¿Por qué? Lo que ocurre, arguyó, es que la izquierda aboga por la igualdad y en cambio los judíos se tienen por el pueblo elegido. Y entonces, concluyó ¿cómo se podría conciliar la idea de ser elegido con la conciencia de la igualdad que sería propia de la izquierda?
Las declaraciones de Jadue son profundamente ofensivas para los judíos, tanto para los de izquierda como para los de derecha. Pero además de ofensivas (lo que siendo grave podría entenderse como una reacción emocional que ha de producirle la situación de Gaza) son, y esto sí que es relevante, peligrosas.
Y peligrosas no solo para los judíos.
Y son peligrosas por la sencilla razón de que en ellas anida la semilla de toda discriminación y de todo antisemitismo: la idea que pertenecer a un pueblo, o a una religión o a una cultura, es un signo indesmentible de una posición a la que se juzga inaceptable o reprochable o indeseable. La gravedad de lo aseverado por Jadue es que hace de la discriminación contra un pueblo un discurso formal que no teme erigirse en tesis: ser judío como signo indesmentible de aquello que se rechaza o se teme ¿No es esa acaso la forma más indesmentible y peligrosa de la discriminación, transformar a un grupo humano en un fetiche que esconde una repulsa que no se confiesa? No se requiere ser muy perspicaz para advertir lo peligroso que es aceptar o tolerar este tipo de expresiones que, por su misma estructura, alientan el odio. Finalmente, el odio (como lo saben los psicoanalistas) se moviliza cuando encuentra un pretexto para mistificarse, esconderse o disfrazarse. Y en este caso el pretexto es político y el fetiche de Jadue se elabora sobre la base del rechazo a la derecha: si usted rechaza la derecha (en la época del nazismo, si usted padecía miseria o se sentía excluido o humillado) entonces rechace a los judíos. Es difícil encontrar un ejemplo más flagrante de la forma irracional en que opera la discriminación que estas palabras del alcalde Jadue.
En la carta en que un grupo de personas rechazó las palabras de Jadue, se le recordó que entre los intelectuales a quienes la izquierda debe su identidad, hay multitud de judíos: Marx y Trotsky entre ellos, Bernstein entre el revisionismo, etcétera. Pero ese argumento era innecesario y hasta peligroso porque incluso si entre los judíos no hubiera ninguno de izquierda, incluso si en el pueblo judío no hubiera nadie que creyera en lo que la izquierda cree, incluso así las palabras de Jadue carecerían de toda justificación. Por eso al recordarle a Jadue que la izquierda debe mucho a muchos judíos, se le está concediendo el fondo de lo que él dice y no reconociendo el peligro de su argumento que deriva del hecho de afirmar que un pueblo por ser tal está excluido de una posición política. Si eso se acepta, entonces mañana se podrá aceptar que pertenecer a un pueblo, en este caso al judío, es estar excluido de otras posiciones ya no solo políticas sino sociales o de otra índole. No importa que no hubiera ningún judío de izquierda, igual excluir a una judío de esto o de aquello por serlo (al igual que excluir a un palestino de esto o de aquello por serlo) es inaceptable en una sociedad democrática y abierta.
Jadue coronó su declaración con una tontería: al esgrimir el carácter de pueblo elegido de los judíos como la razón de su rechazo, mostró desconocer qué significa eso en el judaísmo y en la tradición. Olvidó que era el elegido para expandir la igual humanidad entre todos quienes pertenecen a la clase de los seres humanos y no para negarla.
Pero no es la ignorancia que muestra lo que debe mover al rechazo de lo que dijo Jadue, sino el hecho que hace de la discriminación una posición formal y al hacer de los judíos un fetiche, instala una semilla de odio que no es aceptable.
Carlos Peña